sábado, 29 de octubre de 2011

La canción de hoy.

Para Fabian ya pronto en su cumple.

»Keep on playin' our favorite song,
turn it up, while you're gone.
It's all I've got when you're in my head,
and you're in my head, so I need it.» QOTSA

Nuevamente me he levantando hoy con una canción en la cabeza, lamentablemente esta canción no es de mi... ¿agrado?. Es de ABBA... Se llama Chiquitita.




 No sé que le paso al ramdom de mi Ipod cerebral, bueno le pasa de vez en cuando, que me tira una de esas canciones que uno olvidó o quisiera creer que olvidó, pero que –lamentablemente–, están en la corteza cerebral. Canciones que de alguna manera me han rayado la cabeza. Ahora vienen a mi memoria el solar de la casa de mi abuela con la guacamaya de mi tío —era de él porque la trajo de la selva, no porque la cuidara— berreando; me acuerdo del tronco de un árbol que estaba tirado al frente del palo de mango en donde me sentaba con mi hermano y cantaba; cantaba claro; chiquitita. La canción viene de mi tía, ella es la culpable.

Esto de tener una canción en la cabeza no es nuevo para mí, pero no recuerdo desde cuando me pasa y me funciona como con las drogas que a veces uno tiene buenos viajes y otros que no lo son tanto. Habiendo muchos motivos para ello, claro es; desde la calidad del producto, pasando por la compañía en la que se está, hasta las sensaciones que llegan a través de ellas. En este caso, aunque ahora el producto en cuestión no es de mi agrado. Debo reconocer que las sensaciones que me da son caras.

El viaje comenzó con el solar de mi abuela, como dije anteriormente, voy entonces hasta el centro sur de Colombia, lugar en donde el calor es el rey y a donde nada pasa, ni siquiera el viento, bueno sí, pasa el río; pero hace mucho que le dimos la espalda. Es la capital de éste olvidado Departamento lleno de contrastes, desde desierto hasta montañas nevadas, desde selva y jungla hasta «Ciudades Intermedias». Y no es que no tengamos catedral o un par de universidades, pero creo que definir una ciudad aún con ese tipo de conceptos medievales, está definitivamente más que mandado a recoger. Para mí una ciudad debería estar determinada más por el intercambio social y cultural que ofrece a sus habitantes y que dicho intercambio lleve a generar nuevas fuentes de riqueza, pero eso es otro cuento.

Río Grande de la Magdalena. Lugar de El Mohan.


Afortunadamente para nosotros ir a estudiar significa irse de esa «ciudad intermedia» para otra ciudad, una que tuviera universidades buenas, una ciudad grande, una ciudad de ¿verdad?. No entendía en ese momento nada de ciudades, pero ahora me doy cuenta que eso de ciudad intermedia no es más que un eufemismo para no llamarlo por su verdadero nombre que podría ser el de pueblo grande, aclaro que a veces ni a eso llegamos. Claro es que las ciudades grandes colombianas no son una plétora de actividades sociales y culturales; no lo son ahora y no lo eran hace treinta años. Y para no guardarme nada, la pobreza se vive mejor en los pueblos que en las ciudades; como dice la letra de Paralamas do Sucesso «con los brazos abiertos de tarjeta postal; con los puños cerrados, la vida real»

Pero continuando con el periplo planteado incialmente. En la cabeza también se me dibujan los colores de ese momento, el azul de mi camiseta, los jeanes que teníamos mi hermano y yo de marca Lec Lee —con la costura de la bota en la mitad de la pierna y desteñidos en los muslos de tanto lavarlos— y las botas tejanas. Además recuerdo la cara redonda de mi hermanito y su mota de pelo mono; tanto que así le decíamos en al casa y aún a veces le decimos así; a pesar de que en este tiempo ya se le ha oscurecido un poco. Recuerdo también la sombra que ese robusto y viejo mango ponía sobre nuestras cabezas y como ayudaba a refrescar toda la casa. La memoria me trae la cocina que teníamos al lado izquierdo, un enorme cuarto dominado en el costado derecho del mismo por una estufa General Electric de una proporción ahora inimaginable que funcionaba a gas, en esa época de pipeta. A la izquierda un ventanal enorme desde donde se ve el horno de barro y la cochera y debajo de éste una mesa de ayuda. En frente estaba el lugar donde poner los platos y en donde lavarlos. Sobre ese mismo lado derecho de la gigantesca estufa pegado a la pared que formaba la puerta estaba  una de las neveras y al otro lado detrás de la puerta el escaparate con utensilios y comida.

De ese lugar era donde emanaban una mezcla de olores a comida en preparación, comida que hacía mi abuela; me acuerdo de su figura monumental y su lento y pesado caminar. La mujer no paraba de cocinar, de darnos jugos de lulo, mora, guayaba, también nos daba café con leche y con frecuencia se le oía decir que estábamos muy flacos. Está por ahí, por los lados de la salida de la casa esquinera; mi abuelo también fumándose su pielroja; —cuándo será que lo tira para recogerlo y hacer lo mismo; pensábamos a la vez con mi hermano al verlo—, siempre sentado es su taburete recostado contra la pared, con el pantalón remangado que dejaba ver su pierna sin un solo pelo. Además –con todo y ese calor– en su cabeza el sombrero bien puesto. Siempre esperando a que llegara un cliente a su tienda, siempre complaciente con nosotros cuando le pedíamos gaseosas o bizcochos.

Volviendo a mi tía; la verdad sea dicha, no es que ella se haya ido a una ciudad grande, cambió A por B, otra ciudad intermedia en el occidente, pero mucho más cerca de una ciudad grande, solo dos horas la separan de ella al norte. Considero que debido a esa cercanía; la nueva residencia de mi tía le permitía el acceso a oír cosas que en nuestro pueblote no. Ya que estábamos sometidos al yugo de lo que sonaran en las emisoras, y ya se imaginaran los dueños de estas, y bueno, sus gustos. Ella tenía un popurrí de discos entre esos; LPs de Kool and the Gang, Hot Chocolate, Camilo Sesto, Bee Gees, Miguel Bose, Bonny M, Rafael, Donna Summer y por su puesto ABBA. Por cierto, ahora que lo menciono, de esa época me podrían haber llegado otras canciones que si disfrutaba como Rasputin, You Sexy Thing, I Feel Love. Que no tenía puta idea en ese momento que significaba siquiera sus nombres —excepto el de Rasputin—, pero me gustaban mucho como sonaban. Y bueno en ese momento Chiquitita también, no lo negaré, pero ahora... no sé.



Pero bueno, no por ser Chiquitita la canción del día, voy a despreciar la maravilla que significa levantarse todos los días con una canción en la cabeza. Eso me da a mí una maquina privada del tiempo. Ella es una maquina más que bien diseñada y que funciona a la perfección. Puedo ir a muchos momentos que me acuerdo con ella; Me brinda el placer estar allí nuevamente; me hace capaz ver las cosas que me rodeaban, las personas que me acompañaban; me permite oír todo a mi alrededor, desde las voces de mis acompañantes como los sonidos que completan el paisaje; me da la oportunidad de reconocer y hablar con los que estuvieron allí de volverlos a tocar, de volverlos a sentir. Pero no puedo interferir con nada de lo que ya pasó, no puedo cambiar nada, no puedo alterar nada. Tan «solo» ir a ése o ésos momentos que están ligados a dichos sonidos, melodías y voces.

Tampoco puedo manejar el cancionero interno, como mencioné al comienzo. La canción emerge de manera aleatoria, aparece sin ser invitada y puede ser cualquiera. Desde las que oí ayer, el mes pasado, o las que sonaban en el radiotransitor de la señora del servicio que nos ayudaba en la casa; vallenatos, Pastor Lopez, Yuri... Casi la misma música que debía soportar de mala gana en los buses en nuestra megaciudad la cuál además de no ser de mi gusto sonaba pésimo y a todo volumen; no había walkman que funcionara como una contra. Claro hablo de épocas previas al 2001, pero bueno tampoco es que se pueda andar por ahí en Colombia con el glorioso gadget sin sufrir las complicaciones que ello traería. Ustedes saben de que hablo.

Ahora al oír a ABBA me da risa, no sé por qué pero eso es lo que me pasa, me río, es como esas risas cómplices que uno suele tener con personas que han compartido con uno momentos que no se deben o pueden contar; que es mejor dejar para sí. Me río como cuando está uno en conversaciones y llega a la memoria cosas que si se dicen nunca sabe uno como va a salir parado de ellas. Ésa es parte de la magia de la música, eso te da, eso te quita.

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