lunes, 20 de junio de 2011

Un opita en un Hamman (Estambul)

¿Recuerdan la canción de Sting «englishman in New York»? Pues la verdad es que me queda muy verraco hacer el mismo coro con éstas palabras pero por extraño que parezca; no me sentí como un alienígena en ese lugar.

Estuve en el único Hamman mixto en todo Estambul, una ciudad de 15 millones de habitantes en donde la mayoría son de religión musulmana en la cual la homosexualidad es prohibida.

Repito, nada diferente para una persona que creció a los agradables 35 grados a la sombra en la ciudad del eterno infierno en donde el hálito de Dios no llegó, nunca lo hizo, y como va, nunca llegará. Como bien lo dijo Mark Twain «del infierno él se queda con la compañía», lo otro es solo para los opitas.

Sentarme en toalla sobre esa mesa octagonal de mármol, con ese calor tan jodido, es lo mismo que sentarse en toalla en el andén de mi casa al mediodía de cualquier día. El aire era caliente y húmedo, el agua del tubo tibia y yo solo sudaba.

Era como estar en mi ciudad un día de hacer nada viendo como salen gotas de agua por los poros y luego descienden por la piel; ¡grandioso!; ir hasta allá para semejante pendejada, una vaina con la crecí, con la que viví y por la que sufrí y me quejé cada día que pasaba en mi querida Neiva.

Llegó el muchacho,¡que delicia!; me quedé esperando una linda turca; que me iba a bañar. Un gordito, bajito en toalla también, yo pensaba que era de Tesalia, pero como hablaba turco...Y comenzó el festival de la baño-masaje, el redondo ser me ha echado agua helada, cosa por la que dije gracias, y ha empezado a enjabonarme con una vaina que parecía un estropajo negro; duro, dándole; ¡él sabe como usar sus brazos rollizos!.

Luego me hace señas de pasar a una cama de mármol en donde me debo acostar boca abajo. ¡Ay que rico! boca abajo con el gordito manoseándome con energía por la espalda y las piernas, presionando con los dedos las piernas y la nuca. A bien entrenado que tenía esos deditos el bajito aquel.

De pronto ¡Pa! sonó la primera palmada del robusto en mi espalda, y otra, y más masaje y otra más; palmadas que sonaban secas y con el eco  que el local, por su estructura, magnificaba. casi me gustaba. Y Regulita, cagada de risa de verme con mi nuevo amigo.

Al final más agua fría, shampoo en la cabeza, y siga mamando calor como si nunca lo hubiera hecho antes para relajarme, claro después de ese combo baña-masaje, tortura y palmada, lo mejor era relajarse en el calor, lo mío.

Toallas secas y una última palmada igual en la espalda fue la despedida. No podía ser diferente pensé.