jueves, 25 de octubre de 2012

El Grünermarkt



Salí a caminar al mercado verde con una vecina. Ella, al ver yo no sabía en dónde era, me dijo que estaba cerca y se ofreció a llevarme. Yo quería ir porque buscaba huevos «naturales» para mi hija que está pronta a empezar con ellos en su dieta, algo que claramente no podría conseguir en el Albi Mall, el hipermercado a las afueras de la ciudad. Era casi el medio día, el sol estaba fuerte y una brisa fría nos regalaba un sensación muy agradable.

El recorrido lo hicimos desde mi casa a través del parque italiano, un parque que está a unos trescientos metros de mi casa y del que estoy seguro que no ha tenido tiempos mejores, o si así hubiese sido, fueron pocos. No me malentiendan, el parque es bastante grande, tiene un par de sectores importantes con árboles altísimos, tienes unos bonitos caminos empedrados y tiene algunas zonas con juegos infantiles. No es feo, es que está mal cuidado por los usuarios, está mal mantenido. Cuando íbamos a mitad de camino nos encontramos con una pareja de amigos y su hijita que jugaba en la plazoletita para niños. Lea estaba sola corriendo por uno de esos juegos de madera en donde los niños pueden subir, bajar, pasar por puentes, meterse en tubos cortos, entre otras cosas; sus papás estaban pendientes de que no le fuera a lastimar con las diferentes partes que le faltaban en varias partes. U puente sin un pedazo de madera, una escalera sin un par de escalones... Ellos estaban con otra pareja y sus dos hijos, ella era colombiana. Intercambiamos saludos y presentaciones, hablamos un poco antes de ver que mi vecina estaba un poco perdida y continuamos el camino. Terminamos de bajar por el parque hacia el Grünermarkt como lo llama en alemán mi vecina.

Caminamos unos cuatrocientos metros más y llegamos al mercado. Me sorprendí, dejé a mi esposa con la vecina y con Elena, y me dediqué a recorrer el pequeño mercadito solo. No es muy grande apenas unos ciento cincuenta metros de fondo por cincuenta de ancho, atravesado por un solo pasaje que va desde la entrada hasta la quesería y algunos callejones laterales a lo largo del principal. La luz del sol favorecía los vivísimos colores. Una mezcla de olores a tierra, a verduras, a papas, a queso fresco, a cebolla larga inundaban mi nariz. Caminaba lentamente y miraba los diferentes productos del campo, no había mucha variedad. Las lechugas, las cebollas lucían frescas, de tanto en tanto veía algún tendero rociándoles agua.  Además de lo mencionado habían tomates, berenjenas, apio, pepinos, cuajada y baratijas divididas en dos categorías: ropa y electrodomésticos.

Es claro que acá en Pristina, y en general en Europa, estoy lejos de tener la variedad que ofrece un mercado de plaza colombiano, pero por lo demás es casi lo mismo. Siempre me han gustado los mercados de plaza, como los llaman mis papás. Aún me acuerdo cuando era niño e iba con mi papá a hacer el mercado de la semana. Me acuerdo del desorden que había y de la distribución que lo gobernaba, de la suciedad, del olor, de los gritos, de la frescura de las frutas y verduras. También del matadero con las reses, cerdos y pollos colgando, del olor a sangre. De la recompensa que nos daba mi papá por acompañarlo al terminar. Debe ser por eso que me gustan tanto este tipo de lugares. Eso hace que me sienta de alguna manera en casa. Poder pedir la prueba de las frutas, de las semillas y nueces, de los quesos; poder regatear el precio de los huevos de campo, pequeños, descoloridos pero sin tratamientos; de las verduras. Poder sentir y ver la gente que hace que nosotros tengamos comida, los campesinos, saludarlos, hacerse entender, porque acá para mí ese es otro aliciente, su olor a trabajo duro, a sudor. Su contradictorio aspecto; entre llenos de energía y cansados, entre distantes pero con una cercanía muy cálida, siempre preguntando de dónde venía. Oír su música con el pitido de su flauta típica. Verlos reirse, verlos hablar entre ellos. Ver a los carretilleros mover los productos de un lugar a otro, estar en el salón de los quesos y sentir su fuerte olor, recibir queso gratis de muestra para Elena.




También debe ser que me gusta quitarme de encima un poco la sensación de que todo está en un hipermercado. Esos lugares enormes en donde todo es asepsia y pulcritud, en donde la música que nos acompaña es la única que ha sido inventada para no ser escuchada, la maldita música ambiental, en donde los corredores son amplios para no tropezar con nada ni con nadie, en donde no hay posibilidad de pedir rebaja, en donde se habla muy poco y se interactúa menos, en donde es posible gastar dinero sin llegar a sentir que se hace con esa fichas de casino que llamamos tarjetas de crédito. En fin, en donde la vida es un poco más artificial, más fácil, más homogénea y estandarizada. Una vida más Macdonals.

lunes, 24 de septiembre de 2012

De Houellebecq: «¿QUÉ BUSCAS AQUÍ?»

¿Qué podemos decir los hombres a los que nos gusta la pornografía? NO estoy haciendo juicios de valor, confiezo que me gusta, pero desde hace cierto tiempo no me encuentro tan a gusto. Acá les dejo una reflexión, a menara de ensayo, de Michel Houellebecq que logra con bastante cercanía lo que me está transmitiendo.


¿QUÉ BUSCAS AQUÍ?


«Tras el éxito masivo de la primera edición», se celebra en el recinto de exposiciones de la puerta Champerret el segundo salón del vídeo hot. Apenas pongo el pie en la explanada, una joven que ya no recuerdo me da una octavilla. Intento hablar con ella, pero ya ha vuelto junto a un grupito de militantes, cada cual con un paquete de octavillas en la mano, que dan patadas en el suelo para calentarse. Una pregunta cruza la hoja que me han dado: «Qué buscas aquí?» Me acerco a la entrada; el recinto de exposiciones está en el sótano. Dos ascensores ronronean débilmente en medio de un espacio inmenso. Entran hombres, solos o en pequeños grupos. Más que a un templo subterráneo de la lujuria, el lugar recuerda a un Darty.[10] Bajo unos escalones, y luego recojo un catálogo abandonado. Es de Cargo VPC, una compañía de venta por correo especializada en vídeos X. Pues sí, ¿qué hago yo aquí?


Al volver al metro, empiezo a leer la octavilla. Bajo el título «La pornografía te pudre la cabeza», desarrolla la siguiente argumentación: en casa de todos los delincuentes sexuales, violadores, pedófilos, etc., se encuentran siempre numerosas cintas pornográficas. «Según todos los estudios», el visionado repetido de cintas pornográficas provoca una confusión de las fronteras entre la fantasía y la realidad, facilitando el paso a la acción, a la vez que despoja a las «prácticas sexuales convencionales» de cualquier atractivo.
«¿Usted que cree?» Oigo la pregunta antes de ver a mi interlocutor, que se ha parado delante de mí. Joven, con el pelo corto, cara inteligente y un poco ansiosa. Llega el metro, y así me da tiempo a recuperarme de la sorpresa. Durante años he andado por las calles preguntándome si llegaría un día en que alguien me dirigiese la palabra… para otra cosa que no fuera pedirme dinero. Y resulta que ese día ha llegado. Gracias al segundo salón del vídeohot.
Al contrario de lo que pensaba, no se trata de un militante antipornografía. De hecho, viene del salón. Ha entrado. Y lo que ha visto le ha hecho sentirse incómodo. «Sólo hombres… con algo violento en la mirada.» Contesto que el deseo suele imponer a los rasgos una máscara tensa, violenta, sí. Pero no, ya lo sabe, no habla de la violencia del deseo, sino de una violencia realmente violenta. «Me he visto entre grupos de hombres…», el recuerdo parece angustiarle un poco, «muchas cintas de violaciones, de sesiones de tortura… estaban excitados, sus ojos, la atmósfera… Era…» Yo escucho y espero. «Tengo la impresión de que las cosas van a acabar mal», concluye bruscamente antes de bajarse en la estación de Opéra.
Mucho más tarde, en mi casa, me acuerdo del catálogo de Cargo VPC. El guión de Sodomías adolescentes nos promete «salchichas de Frankfurt en el agujerito, el sexo atiborrado de raviolis, un buen polvo en salsa de tomate». El deCorrida ardiente n.° 6 está protagonizado por «Rocco, el arador de culos: rubias afeitadas o húmedas morenas, Rocco convierte los anos en volcanes para escupir en ellos su lava ardiente». Y el resumen deGuarros violadas n.° 2 merece ser citado íntegramente: «Cinco magníficas guarras agredidas, sodomizadas, violadas por sádicos. Aunque luchen y saquen las uñas, terminarán molidas a golpes, convertidas en vacíacojones humanos.» Hay sesenta páginas del mismo estilo. Confieso que no me lo esperaba. Por primera vez en mi vida, empiezo a sentir una vaga simpatía por las feministas norteamericanas. Sí que desde hace algunos años había oído hablar de la aparición de la moda trash, pero creí, tontamente, que sólo se trataba de la explotación de un nuevo sector del mercado. Tonterías de economista, me dice al día siguiente mi amiga Angèle, autora de una tesis de doctorado sobre el comportamiento mimético de los reptiles. El fenómeno es mucho más profundo. «Para reafirmar su potencia viril», afirma en tono festivo, «el hombre ya no se conforma con la simple penetración. Se siente constantemente evaluado, juzgado, comparado con los demás machos. Para librarse de ese malestar, para llegar a sentir placer, ahora necesita golpear, humillar y envilecer a su compañera; sentirla completamente a su merced. Por otra parte», concluye con una sonrisa, «este fenómeno empieza a observarse también en las mujeres.»
«Pues sí que estamos jodidos», digo al cabo de un rato. Pues sí, opina. Desde luego que sí.