jueves, 22 de diciembre de 2011

Piratería y masturbación


Textos del cuervo ∼ por Marcos Taracido
TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnasEl entomólogoJácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
[Utilizo el término “piratería” en el título con la intención de llamar la atención y porque términos como “compartición” son mucho menos conocidos o referenciales; pero no voy a hablar de piratería, o no al menos si asociamos esta palabra al ánimo de lucro.]
1. A mediados de los ochenta yo era un quinceañero con un Spectrum. Sólo recuerdo haber comprado un juego, el Daley Thompsons Decathlon, tras mucho ahorrar. Inmediatamente lo metí en mi casset de doble platina e hice una copia para dársela a mi amigo Evelio, que me había pasado a mí antes multitud de juegos. Su casa era un hervidero informático en el que amigos suyos y de su hermano intercambiaban casetes grabadas con las últimas novedades. Apenas se veían juegos originales, era un proceso similar al de los chistes: los tenías, pero nadie sabía exactamente de dónde había salido la primera copia. No teníamos ningún sentimiento de clandestinidad, ninguna sensación de estar haciendo algo malo, ni siquiera nuestros padres, si se enteraban, parecían darle importancia alguna.
2. Musicalmente crecí con el repertorio clásico. Era lo que escuchaba mi padre, que de vez en cuando me regalaba alguna cinta, recuerdo las sinfonías nº 40 y 41 de Mozart, o el bolero de Ravel. Mis hermanos escuchaban discos y casetes grabados de música rock, pero apenas les prestaba atención, y sí me atraían más los gustos de mi hermana mayor, Simon & Garfunkel, Serrat y canción protesta. Pero la música pop del momento y todo el movimiento de cantautores (Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Aute…) me llegó en en casetes vírgenes de 90 minutos grabados aprovechando hasta el último segundo de cada cara, y casi puedo asegurar que entre esas copias y los esparcidos originales había más de seis grados de separación.
3. De libros mi casa estaba bastante bien servida, pero de nuevo gran parte de los que marcaron mi adolescencia me fueron prestados, no regalados, ni siquiera sacados de una biblioteca, sino prestados, con sus marcas, las anotaciones de otros, a veces préstamos de préstamos en un viaje odiséico en el que el volumen jamás lograba volver a su origen, perdida ya la memoria del dueño primero.
4. Aunque en algunos casos esta era la única solución posible ante la escasez económica, en otros muchos el dinero no era el problema: simplemente era un modo de compartir la cultura, un sistema de recomendaciones e influencias que iba configurando el bagaje cultural y de conocimientos en paralelo al circuito oficial.
5. Hoy, los niños y adolescentes hacen lo mismo. La única diferencia es que lo que comparten lo obtuvieron de una fuente totalmente desconocida, de alguien que, como ellos, lo obtuvo de alguien y lo deja en su disco duro para que otros se lo descarguen. La diferencia, entonces, es de cantidad, tecnológica. Por supuesto, lo hacen, como lo hicimos nosotros, sin pensar que están perjudicando a nadie o que están cometiendo algún tipo de delito (que no lo hacen: las leyes amparan una y otra vez la compartición de archivos a través de la red).
6. Así pues, la copia asociada al afán de compartir existe desde que existen los contenidos; la aparición de la imprenta y con ella de los derechos de autor tal y como hoy los contemplan las leyes vino inmediatamente acompañada de la obsesión por la protección de la producción, y de su burla. Lo que trajo internet es la vuelta parcial, como he argumentado en varias ocasiones, a una cultura oral similar a la medieval en muchas cosas. Es un cambio tecnológico que lleva asociado, se quiera o no, un cambio cultural y de producción, cambio que facilita enormemente un ansia que cada vez tengo más claro responde a un impulso natural: compartir.
7. Si compartes te quedarás ciego; delincuente, pirata. No; masturbarse es bueno. Se puede hacer con cargo de conciencia y sintiéndose sucio, o con la tranquilidad de saber que todo el mundo lo hace y es normal, y sano, y natural.
Marcos Taracido | 22 de diciembre de 2011

martes, 20 de diciembre de 2011

Amigos de toda la vida


¡Pero qué mierda pasa! Me levanté y al salir de la habitación, llegué a la sala. Ahí se encontraba Manuel E, mi amigo de toda la vida. Tengo fotos con él desde los dos años y puedo agregar que me inicié en su compañía en todo lo que quisimos. Manuel E. estaba viendo el VH de Jailhouse girls.


      —¡Ey! ¿Qué más mi perro, qué hacés? —pregunté.

      —Aquí. ¿Y vos? Veo que anoche estuviste dándole —me respondió con cierto dejo señalando la mesa con los restos de bareta y coca y la pared del cuarto.

      —Aja, sí, un toque. La verdad es que desde el jueves, te llamé pero no apareciste —repliqué.

      —Estaba en otra vaina —comentó sin dejar de ver la pantalla. Mejor el culo de Ginger que mi cara, pensé yo.

Las cosas en veinte años no han cambiado mucho, pero ahora tenemos Facebook y Manuel E en el mío no está.



viernes, 16 de diciembre de 2011

¿Qué es lo que suena?


                       Bip bip.

Algo sonaba y nada que encontraban qué. Al fin llegaron al conducto de la chimenea; de allí venía. 

                   —Es un pajarito —la mujer dijo.

Pero no lo encontraron.

                      Bip bip  otra vez.

                     Bip bip  nuevamente.

Intempestivamente cesó, junto con la búsqueda. Encendieron la chimenea, cenaron, y se fueron temprano a la cama.

Luego llegó a hacer su milenaria labor la mujer de negro; ella, la que recibió el llamado urgente en el mismo momento en que el Bip bip de la alarma se detuvo.  Ella siempre tan presta en su labor, se coló por el ducto de visita a la casa.



jueves, 8 de diciembre de 2011

Cumpleaños 37


¿Fiesta?

Después de pasar dos durísimos años allí; salí del país en donde por culpa de los ginecobstetras las personas son estúpidas. Me mude muy lejos de allá para no volverlos a sentir; y preciso ésa noche se me sienta al lado una delicatessen proveniente de ese maldito pedazo de tierra. La infeliz no para de hablar; de hablar de ella misma, de sus insípidas costumbres, de la manera de ser de puta gente, de su familia... para rematar la babosa ésta no paraba de martillarme la cabeza con lo mal educados que son sus perritos —como si eso fuera motivo de algún orgullo que yo desconozco—; como si a alguien más le importara.



¡Mierda! no podía irme, tampoco echarla, ¡de verdad que no podía! era mi fiesta de cumple. Soporté estoicamente su verborrea incesante mientras pensaba: «crecer jode, jode mucho; sobre todo si toca comportase como adulto».